de la República Argentina
UNA CHARLA QUE DESNUDÓ LOS ATROPELLOS QUE PADECIÓ LA MUJER EN EL FRANQUISMO
Ante una nutrida concurrencia, y bajo la organización del Museo de la Emigración Gallega en la Argentina (MEGA) y la Federación de Asociaciones Gallegas (FAGA), el sábado 17 de octubre se llevó a cabo la conferencia sobre “Niñas y mujeres en el franquismo: un recorrido por la educación y las revistas infantiles”, que brindaron las profesoras Viviana Keegan y Julia Cittá, integrantes del Grupo de Investigación Espacio Literatura Infantil y Juvenil La Nube.
La apertura estuvo a cargo del responsable del Área de Investigación del MEGA, el Doctor en Historia Ruy Farías, quién recordó que si bien España no dejará de ser predominantemente rural hasta la década de 1960, algunas regiones como Cataluña y el País Vasco habían entrado ya a lo largo del siglo XIX dentro de los estándares europeos occidentales de desarrollo, algo que se hizo particularmente visible a finales de la década de 1920.
Las investigadoras ofrecieron una interesante charla
Por entonces -añadió Farías-, el proceso de modernización de la sociedad española había llegado a un punto en el que parecía poder instalarla en un sitial de partida nuevo. Además, esa modernización contribuyó al cambio de régimen político, al identificar la Monarquía con la España del pasado y acelerar su caída en 1931. Sin embargo, pronto se descubrió que la misma era también insuficiente pues, a corto plazo, no sólo no podía resolver los problemas de la sociedad hispana, sino que además los volvía visibles de forma más aguda. La contradicción entre la modernización y sus límites constituye la mejor explicación de las tensiones de la etapa republicana.
Asimismo, señaló que los sucesos de octubre de 1934 (revolución en Asturias y feroz represión por parte del Ejército) convencieron definitivamente a la derecha española de la imposibilidad de corregir el rumbo de la República desde la participación en sus instituciones, y desde ese momento consideró que el recurso de la fuerza era el único posible. Pero también para las izquierdas (y en particular las fuerzas del proletariado organizado) resultaba evidente la insuficiencia de la legalidad republicana para resolver sus problemas más urgentes e imponerse al fascismo en ascenso. El odio de clase (encarnado en el caso de los obreros en la brutalidad de la represión, y en el de la burguesía y “gente de orden” en el “mal trago” pasado), no hizo sino crecer hasta el estallido de julio de 1936.
Farías indicó que sobre ese punto, el historiador marxista británico Eric Hobsbawm afirmó que “cuando el Frente Popular se impuso en las elecciones de febrero de 1936, la derecha regresó a la forma política típica de la España decimonónica: el ‘pronunciamiento’ militar. Pero las coyunturas de victoria democrática y de movilización de las masas no son las ideales para los golpes militares, de modo que si bien el alzamiento triunfó en algunas ciudades, encontró una resistencia encarnizada en otras y, en definitiva, acabó precipitando la revolución social que pretendía evitar, sumiendo al mismo tiempo al Estado en una larga guerra civil”. Y ello se debió a que “en España y sólo en ella, los hombres y mujeres que se opusieron con las armas al avance de la derecha frenaron el interminable y desmoralizador retroceso de la izquierda”.
El público se sorprendió con los datos que se dieron a conocer
A su turno, las profesoras Keegan y Cittá fueron construyendo una narración que atrapó la atención del público, ofreciendo una mirada de conjunto sobre una problemática que forma parte de una investigación sobre la relación entre educación y franquismo que ambas desarrollan en el marco del seminario de literatura infantil española a cargo de la Profesora Lidia Blanco, también presente en la reunión que se desarrolló en el Salón Manuel Cao Turnes, uno de los espacios que integran el MEGA y antigua sala de reuniones de la Junta Directiva de la Federación.
Explicaron con gran habilidad y detalle cómo el siglo XIX encontró a España sumida en el analfabetismo, resaltando que en el caso femenino el fenómeno alcanzaba tasas realmente alarmantes, pues el sistema educativo español asignaba a las mujeres una formación orientada a su rol de esposa y madre, entrenándoselas sólo en labores domésticas y ligeras nociones de higiene hogareña.
A finales del siglo XIX, la idea de que la mujer se educara no sólo como el hombre sino con el hombre era una aspiración más bien ilusoria. No obstante, el duro y lento ingreso de las jóvenes a la educación secundaria y superior a lo largo de las primeras tres décadas de la centuria se fortalece en tiempos de la Segunda República con el triunfo de la educación mixta y una nueva concepción pedagógica.
La República mucho se preocupó por la alfabetización de la población. La enseñanza se volvió laica (excepto en los establecimientos escolares religiosos), se implantó la educación mixta y se reconoció la libertad de cátedra. El Plan de Estudios de Magisterio de 1931 mejoró la formación de maestros, y se crearon también las Misiones Pedagógicas, encargadas de divulgar la cultura en todos los lugares. Por otra parte, el cambio de régimen hizo necesario liberar a los textos escolares de apologías al régimen anterior y de confesiones religiosas. Se revisaron todos los libros autorizados anteriormente y se aprobaron nuevos.
Los atropellos de la dictadura
Los cambios republicanos despertaron temores y alarma entre los sectores conservadores. Tras el acceso del dictador Francisco Franco al poder, los mismos fueron eliminados de raíz, acabándose con la educación mixta y volviendo a la visión tradicional de la mujer-esposa-madre. Además, se puso freno al acceso al trabajo extra-doméstico femenino, al ingreso de las mujeres en todos los niveles del sistema educativo y, desde luego, a su participación activa en la vida pública y política.
En lo que atañe a las publicaciones infantiles y la doctrina en ellas expresada, conviene recordar que los niños resultaron víctimas principalísimas de la nueva realidad. Por un lado, fueron quienes más directamente padecieron los intentos de adoctrinamiento ideológico y encuadramiento paramilitar que algunos grupos políticos llevaron a cabo sobre la infancia. Dichas publicaciones constituyeron verdaderos órganos de propaganda del nuevo modelo y sus valores sociales, contribuyendo a establecer una idea de mujer retrógrada.
En definitiva, la exposición de ambas investigadoras dejó muy clara la completa situación de atraso y postración de la mujer española durante el siglo XIX, los lentos pero notables avances verificados en las primeras tres décadas del siguiente, los grandes y progresistas cambios que la Segunda República introdujo en la materia, y el absoluto retroceso que para ellas significó el golpe de Estado del 17 de julio de 1936 con la derrota del gobierno legal de España en 1939, y las primeras dos décadas de la dictadura franquista.
Análisis final
Sobre el cierre, el historiador Ruy Farías, se refirió a como el movimiento de la historia de las mujeres surgió como un terreno definible a partir de la década de 1960/70, siendo EE.UU. el que primero y con más éxito lo encaró. Como resultado de ello, las discusiones de mujeres y acerca de mujeres desempeñan un papel importante en el debate político contemporáneo. De hecho, sería difícil imaginar una historia escrita en esta época que no incluyera una mención al surgimiento de las mujeres como objeto de cambio histórico y de consideraciones políticas.
Sin duda, la historia de las mujeres está asociada a la aparición del feminismo, pero es errado considerarla como un mero reflejo académico del desarrollo de la política feminista. Las feministas del mundo académico (que postularon una nueva identidad colectiva, sustentada en la experiencia colectiva basada en la diferenciación sexual) sostenían que los prejuicios contra las mujeres no habían desaparecido, y se organizaron para exigir una serie de derechos que su titulación les permitía en principio reivindicar.
Al sugerir que las historiadoras eran diferentes de los historiadores y que el sexo influía en las oportunidades profesionales, criticaban los términos unitarios y universales que habitualmente designaban a los profesionales de la disciplina. Sin embargo, aclara Farías, es sabido que la oposición entre “profesionalismo” y “política” (entendida en sentido amplio) no existe, como tampoco hay una investigación que sea completamente desinteresada e imparcial. Del mismo modo, las profesiones y organizaciones profesionales están estructuradas jerárquicamente, y que las actitudes y las normas contribuyen a aceptar a unos y excluir a otros; el “dominio de la materia” y la “competencia” pueden ser tanto juicios explícitos de capacidad como excusas implícitas de parcialidad. Así, las pautas profesionales de imparcialidad y ecuanimidad fueron echadas por tierra.
El reto de las mujeres supuso una redefinición profesional, pues ponía en tela de juicio la idea de que la profesión de historiador constituyese un cuerpo unitario y, al mismo tiempo, criticaron la constitución de la disciplina y las condiciones de su producción de conocimiento. Su presencia puso en tela de juicio la naturaleza y efectos de un cuerpo uniforme e inviolable de pautas profesionales y de una figura única (blanco y varón) como representación del historiador. Insistían en la inexistencia de oposición entre “profesionalismo” y “política” proponiendo un conjunto de cuestiones inquietantes respecto de las jerarquías, fundamentos y supuestos que dominaban la tarea del historiador: ¿quién es el dueño de las pautas y definiciones de “profesionalidad”? ¿a quién pertenece la perspectiva que determina qué se considera una buena historia o, llegado el caso, simplemente historia?, entre otros interrogantes.
La aparición de la historia de las mujeres como campo de estudio no sólo acompañó las campañas feministas en favor de las mejoras en su situación profesional, y supuso la ampliación de los límites de la historia: más aún, en palabras de la historiadora estadounidense Joan Scott, “El proyecto (…) comporta (…) una ambigüedad perturbadora pues es al mismo tiempo un complemento inofensivo de la historia instituida y una sustitución radical de la misma”. Las mujeres fueron añadidas a la historia y, además, dieron pie a que la misma fuese escrita de nuevo; proporcionan algo adicional y son necesarias para que llegue a su plenitud”.
La mayor parte de la historia de las mujeres ha buscado incluirlas como objetos de estudio, como sujetos de la historia, lo que implica realmente una modificación de aquella. Critica la prioridad relativa concedida a la historia masculina frente a la historia femenina, exponiendo la jerarquía implícita en muchos relatos históricos. Más aún: pone en duda la suficiencia de cualquier pretensión de la historia de contar la totalidad de lo sucedido. Consecuentemente, la demanda de “suplementar” la historia con información sobre las mujeres sugiere no sólo que la historia es incompleta en su estado actual, sino también que el dominio del pasado por los historiadores es necesariamente parcial.